Pero no lloraré por el ayer
Hay un mundo ordinario
De alguna forma tengo que encontrarlo
Y mientras intento hacer mi camino hacia el mundo ordinario
Aprenderé a sobrevivir
La última vez que corté drásticamente mi caballera fue hace unos seis años y lo hice porque necesitaba sacarme de encima, aunque fuese de forma simbólica, toda la pena, la decepción y la rabia que sentía en esos momentos. Habían cambiado tantas cosas que tenía que recoger los pedacitos y empezar de nuevo de algún modo. Y comencé por ahí. ¿Funcionó? Sí, me veía diferente y me sentía de la misma forma, con más energía y ánimo, pero sabía que no era suficiente, porque una vez que pasara la euforia inicial iba a tener que arreglármelas como pudiera en el mundo real. No fue fácil, pero todo pasó. Como siempre.
Y ahora, varios años después volví a sacrificar mi melena para dársela como ofrenda a mis siempre queridos/odiados Dios, Buda y Satán. Si bien no hay dramas que me hagan la vida a cuadritos, ahora es Incertidumbre la que me molesta. Yo sé que mi pobre pelo no tiene la culpa, pero empecé a sentirlo pesado e incómodo, tal como la vez anterior y ante eso, no había mucho que hacer. Compré las tijeras, busqué en internet algunos vídeos que simplificaran mi tarea, pero empecé a patear el asunto, porque para que estamos con cosas, uno se encariña con sus mechas. Además de que mi cara cachetona no tolera las melenas cortas (según los peluqueros). Como sea, para variar entré en un tira y afloja interno cuando de repente apareció un “fantasma” en forma de mensaje.
¡Ay no!
¡No!
¡Dios/Buda/Satán díganme que esto es una broma!
¡No, no otra vez!
Me puse de todos colores porque creí que este fantasma no iba a volver a hinchar las pelotas nunca más. Por un segundo vi peligrar la pequeña fracción de mi vida que no está invadida por Incertidumbre y me bajó una rabia terrible, porque no estoy dispuesta a hacerme un nudo por cosas que no valen la pena. Simplemente no entra en mi lista de “Temas-por-los-que-sí-debes-llorar-y-preocuparte-en-serio”. Y así sin más, me hice una coleta, agarré las tijeras y corté mi melena. No fue tan fácil como creía y casi lloré al ver los mechones caer, pero de a poco fui sintiendo el alivio que necesitaba. Ya no había ni hay vuelta atrás, es un peso psicológico menos sobre mis hombros. Por algo hay que empezar.
PS: Y no, no me veo tan cachetona como auguraban los peluqueros mala onda. Al menos no más de lo normal.