Me siento mucho mejor
ahora que te has ido para siempre
Me digo a mí mismo que no
te extraño para nada
No estoy mintiendo,
negando que me siento mucho mejor
Ahora que te has ido para
siempre
Eso de generar lazos
afectivos con las cosas materiales, nunca ha sido lo mío. Como soy
descuidada y caprichosa, no consigo encariñarme demasiado ni con los
regalos que me hacen ni con las cosas que yo misma compro. Si se
rompe, se bota. Si se pierde, se pierde no más. Ni siquiera hago un
esfuerzo en repararlo o en intentar encontrarlo, solo me limito a
quejarme un rato y al otro día ya se me olvida. Y no es que no
aprecie a la persona que me lo dio o la inversión que haya hecho,
pero prefiero no calentarme la cabeza. Es tan extremo ese asunto que
incluso se me puede echar a perder el pc (ya me ha pasado)/pendrive/disco duro y perder todo lo que tenga y yo ni me inmuto.
Ese es mi nivel de desprendimiento, por llamarlo de alguna manera.
Sin embargo, algo extraño
me pasó el otro día. Así de la nada, se desarmó un collar que me
regalaron hace un tiempo atrás. La cadena se cortó y la parte que
la unía al colgante también se rompió. Mis manos de hacha no
tuvieron nada que ver en eso, lo juro, simplemente se deshizo y no
estaba preparada psicológicamente para aquello. Sobrevivió a mis
cambios de gustos a lo largo del período que lo tuve y sin quererlo
adquirió un significado emocional tan importante que ya casi lo veía
como una especie de talismán protector, porque era lo único que me
quedaba de la persona que me lo dio.
Y como yo razono de manera
complicada, veo muchos doramas y soy discípula de Coelho, me asusté
y pensé que quizás sería una señal divina de que algo andaba mal
con ese ser humano, porque era muy raro que se desarmara así de la
nada el maldito collar. Mi cabeza ilógica era incapaz de admitir que
solo cedió ante el tiempo y el uso diario. No, tenía que buscarle
la novena pata al gato y desplegar mis contactos para saber si el
susodicho en cuestión estaba bien, porque yo no puedo preguntarle de
manera directa y mucho menos romper el hielo por una imbecilidad como
esta. No sé si por orgullo o por qué realmente no sabría cómo
hacerlo. En fin, hechas las averiguaciones respectivas, nada malo
pasaba y quedó en evidencia -una vez más- que debo abandonar esa
mala costumbre de buscar siempre la respuesta más improbable de
todas.
Lo que seguía era lo
obvio, tirar el collar a la basura como siempre lo hago, pero estaba
tan desconcertada por su “muerte súbita” que no pude hacerlo de
inmediato. Pensé que quizás podría guardarlo, pero lo descarté.
“No lo necesito. Lo terminaré olvidando de todos
modos”, fue mi respuesta interna. Aun así, no tenía corazón para
botarlo en un tacho de basura roñoso. Mi lado Coelho habló y dijo
que debía hacer algo un poco más simbólico con un dejo de toque
terapéutico. Lo mejor que se me ocurrió fue ir al parque, llevarlo
en mi mano y soltarlo cuando fuera capaz de hacerlo. No quería
escucharlo caer, por lo que elegí caminar por el lado que tenía más
pasto. Uno, dos, tres. Respira. Uno, dos, tres. Respira. Uno, dos,
tres. Respira. Uno, dos... lo solté. Se fue. En mi pequeña mano sentía el vacío. Desapareció. Ahora sí que ya no me queda nada. Seguí adelante y apuré mis pasos sin volver la vista
atrás. Ya no está.