Ella dijo: No soporto esta ciudad, te dejo esta noche
En mis lecturas de verano, decidí darle una nueva oportunidad a John Green. Y eso es porque debo ser parte del 0,001% que leyó “Bajo la misma estrella” sin llorar ni moquear aunque sea un poquito. Nada de nada. No se me movió ni un pelo con la historia de Hazel y su novio (que ya ni recuerdo como se llama) y eso que yo lloro con todo. Me llamó más la atención la forma en que abordaba el tema del cáncer que el romance en sí. Bueno, quizás no me causó ninguna reacción porque para mi desgracia no tengo 15 años. La cuestión es que después de leer ese libro, mandé a Green a la porra por fome, pero ahora decidí darle una segunda oportunidad. En estos momentos estoy con “El teorema Katherine” y Colin se me hace insufrible, es lo único que puedo decir. Anteriormente leí “Ciudades de Papel” y ahí sí que me llevé una muy grata sorpresa. Lo amé de principio a fin. Aquí van mis spoilers.
La historia podría resumirse de la siguiente forma: Un ñoño corriendo detrás de un imposible. Quentin es el típico nerd enamorado desde siempre de su linda y popular vecina Margo que solo le dio bola cuando eran peques... hasta que un día de la nada se le aparece en frente para que la acompañe a hacer un montón de trastadas a sus ex amigos. Y luego de eso, simplemente desaparece. Ahí empieza la búsqueda de Quentin, quien se ve obligado a salir de su zona de confort para ir tras la pista de Margo y sumergirse en el siempre entretenido juego de expectativas versus realidad. El tema de la idealización del otro es súper potente en este libro y uno puede decir que es lógico tratándose de adolescentes, pero la verdad es que es algo que sigue presente con el correr de los años. Siempre esperas algo más o que cambie tal cosa de aquí y por allá para tratar de amoldar al otro sujeto de acuerdo a tus expectativas. Y viceversa.
Y mientras Quentin descubría a la verdadera Margo, se dio cuenta de que no era tan genial ni soñada sino que solo una chica. Una chica bastante confundida que no aguantó más y se largó lejos de todo, pero aún así era difícil precisar a quién iba a encontrar al final del camino. Lo genial es que intentando comprender a Margo, el nerd también logra conocerse un poco más.
Y por paralizantes y tristes que fueran todos aquellos «nunca más», me pareció perfecto marcharme así por última vez. Una marcha pura. La forma más depurada posible de liberación. Todo lo importante, menos una foto malísima, estaba en la basura, pero me sentía genial. Empecé a correr, porque quería poner todavía más distancia entre el instituto y yo.
Marcharse es muy duro… hasta que te marchas. Entonces es lo más sencillo del mundo.
Mientras corría, sentí que por primera vez me convertía en Margo. Lo sabía: «No está en Orlando. No está en Florida». Marcharse es fantástico en cuanto te has marchado. Si hubiera ido en coche, no a pie, seguramente también habría seguido adelante. Margo se había marchado y no iba a volver ni para la graduación ni para ninguna otra cosa. Estaba seguro.
Me marcho, y marcharme es tan estimulante que sé que no puedo volver atrás. ¿Y entonces? ¿Me dedico a marcharme de sitios una y otra vez? ¿Emprendo un viaje eterno?
Esa parte es notable, porque lo entiendo al 1000 %. Una vez que te vas, te vas para siempre. No me imagino volviendo a vivir en Antofagasta o Calama y el día que me aburra de Santiago, dudo que vuelva. A decir verdad, coincido bastante con Margo en su forma de ver la vida. Sí, es bastante bruta su forma de desaparecer, pero ¿realmente existe una manera de largarte sin que queden temas pendientes o que todos queden contentos? Yo creo que no. O lo haces de una o no te atreves nunca.
Yo siempre digo que no voy a Calama porque no tengo niñera para mi cobaya, pero la verdad es que no siento ganas de volver. Igual como le pasa a Margo. Es como si supieras que al volver te quedarás de nuevo estancada con la misma gente, las mismas situaciones, lo mismo de siempre, porque nada parece cambiar por mucho que pasen los años. Una vez que cortas los hilos ya no los puedes volver a juntar ¿o no? Tal vez soy muy extremista.
Yo siempre digo que no voy a Calama porque no tengo niñera para mi cobaya, pero la verdad es que no siento ganas de volver. Igual como le pasa a Margo. Es como si supieras que al volver te quedarás de nuevo estancada con la misma gente, las mismas situaciones, lo mismo de siempre, porque nada parece cambiar por mucho que pasen los años. Una vez que cortas los hilos ya no los puedes volver a juntar ¿o no? Tal vez soy muy extremista.
—¿Y por qué precisamente aquí?
—Una ciudad de papel para una chica de papel —me contesta—. Leí lo de Agloe en un libro de «cosas sorprendentes» cuando tenía diez u once años. Y nunca me lo quité de la cabeza. La verdad es que cada vez que subía al SunTrust Building (incluida la última vez que fui contigo), lo que pensaba al mirar hacia abajo no era que todo era de papel. Miraba hacia abajo y pensaba que yo era de papel. Yo era la persona débil y plegable, no los demás. Y esa es la cuestión. A la gente le encanta la idea de una chica de papel. Siempre le ha encantado. Y lo peor es que a mí me encantaba también. Lo cultivaba, ¿sabes?
»Porque es genial ser una idea que a todo el mundo le gusta. Pero no podía ser la idea de mí misma, no del todo. Y Agloe es un lugar en el que una creación de papel se convierte en real. Un punto en el mapa se convirtió en un lugar real, más real de lo que las personas que crearon ese punto habrían imaginado. Pensé que quizá aquí la silueta de papel de una chica podría empezar a convertirse en real. Y me parecía una manera de decirle a esa chica a la que le preocupaba la popularidad, la ropa y todo lo demás: “Irás a las ciudades de papel. Y nunca volverás”.
En esa parte morí y le mandé un poco de mi alma a John Green a lo lejos, porque creo que a eso me he dedicado en este tiempo, a ser más real, aunque nadie entienda qué diablos estoy haciendo con mi vida. Si siempre me han tratado como juguete de colección, admirable, intocable y genial es porque yo lo he permitido. No tengo derecho a reclamo si he cultivado esa pose de inalcanzable ¿cierto? Llevo media vida desperdiciada y recién me vengo a enterar. Con razón los ñoños que siempre me gustaron nunca me pescaron. Qué tragedia más grande por Dios/Buda/Satán. En fin, solo puedo decir que la historia es genial y el final puede que no sea ideal, pero es mucho mejor: es real.