En las preguntas fundamentales que te pueden hacer en la vida está una que me parece muy relevante y es la siguiente: ¿Cuál sería la figura de tu Patronus? Una vez me lo consultaron muy seriamente, pero me hice un nudo porque me acordé de todo el reino animal (menos de las palomas) tratando de elegir al que se viera más bonito de color plateado. Muy profunda mi reflexión, como siempre. La cuestión es que ahora sí sé cuál sería mi Patronus y estoy segura de que es una cobaya haciendo popcorning de aquí al infinito.
Dicha sea la verdad es que amo a todas las especies de roedores y conejos del mundo. Como me enseñó María Alejandra hace siglos atrás, hay que hacer la distinción, no son lo mismo. Rodentia y lagomorpha, mis almas gemelas en versión orejudas, dientonas y asustadizas. Por mí yo tendría una casa llena de cobayos, conejos, chinchillas y hasta un capibara de tanto que me gustan. Como la vieja solterona de los gatos, pero en versión exótica.
En mi casa siempre hubo perros, los adoraba y me encantaba jugar con ellos desde pequeña aunque quedara llena de pelos y langüeteada entera, pero solo cuando adopté una coneja supe lo que era tener una mascota con tu mismo carácter. Los perros te miran con cara de amor eterno cuando saben que eres su dueño y no toma mucho tiempo que se acostumbren a ti, por lo que me llevé una gran sorpresa cuando la pequeña Clío María, de orejas grandes y suave pelaje gris, en vez de observarme con cara de “uyyy qué linda es mi nueva dueña” lo hacía con cara “ayyy dioh mío sácame de aquí”.
Por más que le hacía cariño no había forma de calmar sus nervios ni quitarle la mirada de espanto. Tomó varios días lograr que dejara de esconderse debajo de la cama y que se animara a caminar por la casa. De a poco y gracias a la ayuda de la comida, se fue ganando mi confianza hasta que finalmente decidió acostarse a mis pies y cuando ya se sintió a sus anchas, se apoderó de todas las habitaciones. Dormía donde quería y te empujaba con la cabeza si no deseaba compartir contigo la cama o el sillón. Si hablábamos mucho y ella estaba descansando, soltaba un bufido y se retiraba indignada a otro lugar más pacífico.
Eso sí, podía estar en el quinto sueño pero si sentía el olor de las frutas que más le gustaban, despertaba de un golpe y literalmente arrasaba con todo para llegar a tu lado y quitarte lo que fuera que estuvieras comiendo. Si tenía que quitártelo de la boca, lo hacía. Teléfonos y controles remotos cayeron una y otra vez por culpa de ello. Y si por esas cosas de la vida se me ocurría dejar cachureos encima de mi cama, Clío se encargaba de sacarlas del camino empujándolas con un ímpetu que no dejaba de sorprenderme. Al final terminaban en el suelo porque no paraba hasta que conseguía tirar todo lo que le molestara.
A esas alturas, quedaba claro que de animalito tierno y sumiso poco tenía. Era la diva Clío. Y de eso me culparon a mí. “Es que se parece a ti, qué más quieres”, me dijeron. No encontré argumentos para rebatir esa acusación. En esos años de universidad, tenía que ir y venir constantemente, lo que no era de su agrado. Apenas veía bolsos armados, gruñía y no había forma de que pudiera despedirme. O no se dejaba tomar o se escondía debajo de la cama. “¡Clío, despídete!”, así tenían que decirle en tono fuerte para que dejara de escaparse y poder darle un beso. Siempre hizo lo mismo, excepto una vez. Ya me estaba por ir cuando salió de la pieza y se quedó viéndome desde el pasillo sin hacer nada. Le tiré un par de besos y me fui. Ella murió a los pocos días y terminó de poner la guinda de la torta a un año de mierda.
Después de eso, quedé hecha polvo y en mi casa no querían otra mascota. Aunque era una pequeña tirana, mordía los cables y prácticamente había que hacer guardia frente al árbol de Navidad cada año para que no se lo comiera, era la regalona de la familia. El camello del pesebre quedó sin oreja por su culpa, pero aún así se extrañaba muchísimo su presencia. Por ese motivo, recibí instrucciones precisas de no llevar ningún animal más o me iba a ir cascando junto a él. Obedecí un par de años, hasta que no aguanté más. Necesitaba tener un roedor y los cobayos siempre me hicieron gracia de tan monos que se veían. De a poco dejé entrever mis intenciones, pero la respuesta seguía siendo la misma: “Te vas tú y el ratón”. Para mí fortuna, ahí apareció Paola alegando que no sabía qué diablos regalarme y algo recordaba de mi obsesión por los cuyos. Era perfecto, ir a Antofagasta a celebrar, volver con mascota y evitar el desalojo aludiendo a que los regalos no se pueden rechazar.
Tras días de inestabilidad climática por las lluvias estivales del desierto que casi arruinan el carrete del año, emprendí rumbo a Antofagasta para conocer a una cobaya diminuta de pelo liso tricolor que se dio unas tres mil vueltas en la caja antes de que pudiera tomarla y observarla con detalle. Yo estaba que moría de ternura y ella me miraba con los ojos como platos a punto de sufrir un ataque cardíaco. Mientras trataba de calmarla, Paola preguntó qué nombre le iba a poner. La miré una y otra vez, tiramos un par de nombres y entre joda y joda mi amiga sugirió “Gotita”, básicamente porque durante esos días había quedado la escoba por el agua que había caído en el pueblo y sus alrededores. A mí me brillaron los ojos, puse a la pobre cobaya en dos patas y parecía una gota debido a su incipiente pancita obesa. Era el nombre ideal y como la ridiculez es lo nuestro, le pusimos apellido: Gotita de lluvia altiplánica.
Como eran años de juventud, nos tomamos hasta las molestias y al otro día con suerte nos levantamos. Viajé de vuelta a Calama en un estado deplorable, tenía tanto sueño que a ratos me quedaba raja durmiendo. Aún me pregunto como es que no se me cayó la caja de zapatos en donde iba el cuy a lo polizonte, porque despertaba a saltos justo para evitar que la pobre criatura rodara por el suelo. Y después pregunto por qué me trata como si fuese su esclava, es su venganza, lo sé. En fin, llegamos a salvo y “qué traes ahí” fue lo primero que escuché cuando llegué a casa, para luego pasar a un “aaayyy! es un ratón / qué es un cobayo / ah, es un cuy / dónde lo vas a dejar / yo no lo voy a cuidar” y finalizar en un “esa carita... parece que todavía estás curada”.
En vista de que no nos echaron de la casa, le hice un hogar temporal a la espera de armar la casa que había visto en internet. Y como yo soy inútil de esencia, no tenía idea de cómo hacerla, así que abusé de la buena voluntad de mis compañeros de trabajo y en una tarde armaron una casa de tres niveles. Como Gotita era pequeña en ese entonces, la jaula parecía mansión. El problema es que intentar sacarla de allí era prácticamente misión imposible, porque se asustaba y corría disparada del tercer piso a esconderse en la esquina más lejana que pudiera encontrar. Yo tenía que sentarme frente a la jaula poco menos que a rogarle que se acercara y así lograr hacerle cariño a través de la reja. Una vez más estaba en misión “por favor quiéreme”, así que la sobornaba con comida para poder tomarla en brazos.
La cobaya asustadiza de a poco entró en confianza y fue mostrando la faceta que mejor se les da a estas criaturas: manipulación nivel experto. Pueden ser pequeños, rechonchos y pacíficos, pero escuchan algún ruido que asocien a comida y chillan como si los estuvieran matando. Antes de ir a trabajar, le dejaba su ración de verduras y en teoría debía bastarle para el día, porque también tenía pellet y pasto, pero cuando llegaba de vuelta encontraba que algún integrante de mi familia le había dejado algo en el plato. “Oye tu mono estaba llorando, así que le di manzana/lechuga/zanahoria/un-largo-etcétera y se quedó tranquila”, me decían y yo con cara de espanto. Al final estaba comiendo como 5 veces al día, porque todos creían que moría de inanición. Costó un mundo que entendieran que no era así y que solo lloraba por joder y que no había que hacerle caso. Igual siguieron dándole comida, pero para ese entonces me vine a Santiago así que no alcanzó a convertirse en una pelota.
Nuevamente viajó como polizonte y como acá no tenía a nadie más que a mí para manipular, refinó sus técnicas persuasivas.
Yo las resumo así: Ante el ruido de bolsas o refrigerador, morder la jaula muy fuerte para que la humana se apure y crea que se me caerán los dientes. Gritar cuiiiiiii cuiiiiiiii cuiiiiiiiiiiiiiiii tan fuerte como se pueda para que sea más eficiente. Dejar en el medio de la jaula la casa o el saco para dormir si no es el que quiero y mirar feo si no lo cambia. Volver a dejarlo al medio si insiste en que duerma en algo que no me agrada. Morder y retorcerme como basilisco cuando toque corte de uñas. Cagar y mear en los lugares que la humana acaba de limpiar. Quedarme al lado del refrigerador cuando me saca a pasear para que note que tengo hambre y que sé muy bien de donde sale la comida.
En inglés les llaman guinea pigs y en las páginas gringas dicen que uno se convierte en un “piggy slave” porque son tan caprichosos y manipuladores que al final uno termina haciendo lo que quieren. Las últimas semanas solo he podido dormir hasta tarde los días domingo, pero me tengo que levantar como zombie a rellenar la henera ante el escándalo que hacen a las 8 de la mañana o antes. Y hablo en plural porque ahora son dos. Estrella de Mar es la nueva integrante de la familia y llegó en febrero para mi cumpleaños. Me odia con todo su ser, pero se lleva muy bien con Gotita que es lo importante.
Estrella es chascona como ella sola, de color negro con algunas motas de color blanco y castaño y reitero, muy chascona. Es la criatura más asustadiza que ha pasado por mis manos, le gana con creces a Gotita y Clío. Siente que se mueve una hoja y corre hasta su guarida o hacia la misma Gotita para esconderse detrás de ella. A mí me ve como un ogro horrendo que en cualquier momento la va a cazar cuando me acerco y corre por toda la jaula evitándome, lo que no me hace sentir muy bien que digamos, pero la entiendo. A sus ojos debo verme como la tremenda wna. Y como necesariamente debo agacharme para que no le dé un paro cardíaco mientras arreglo su jaula, tengo que andar a gatas y mis pobres rodillas ya están peladas y secas. Todo con el fin de que no me vea como un oso sino que solo como un capibara caminando en cuatro patas por el departamento.
En el único momento que me da tregua es para darle comida, porque ahí se olvida de todo y tiene hasta el descaro de llorar fuerte para que me apure. Puedo ser un ogro, pero un ogro que da comida y eso no es tan malo. Y claro, también para usarme como guatero industrial porque para quedarse dormida encima mío tampoco tiene problemas. Supongo que me tomara un poco más de tiempo lograr que se acostumbre a mí, pero mientras se entienda con su par cobaya, me quedo tranquila.
El otro día pasé a la tienda de exóticos a comprar chiches para las monas y habían hurones y chinchillas. Me dieron un hurón para que lo tomara, estuve con él unos 5 minutos y me agotó. Hermoso, pero era tan entusiasta y juguetón que no podía seguirle el ritmo. El crío tenía más energía de la que yo he tenido en toda mi vida. Al lado había una chinchilla que ni siquiera había notado, porque estaba muy escondida. Era muy linda, de ojos negros, orejitas muy redondas y un pelaje gris precioso que me hizo recordar el descriterio que significa cazarlas para hacer un abrigo. Me vio y se acercó muy tímida, me olfateó, dejó que la saludara y volvió a su guarida. Fueron un par de segundos, pero con eso me bastó para enamorarme de ella.
Cuando digo que estas criaturas son como almas gemelas para mí lo digo en serio. Roedores y conejos al ser animales presa no tienen muchas armas para defenderse, por lo que ante el peligro lo único que pueden hacer es huir y esconderse. Por eso mismo, son desconfiados y se mantienen en alerta constante. Como ya lo expuse anteriormente, se requiere de un tiempo antes de que puedan sentirse cómodos y mostrar su verdadera naturaleza. Son tranquilos, viven para comer, dormir, volver a comer y dormir otra vez. Yo hago todo lo que he nombrado, por lo que puedo decir que soy un rodentia/lagomorpha del alma.
Pd: La canción no tiene nada que ver con cobayas y conejos, sino que con una zorra de nueve colas, pero no viene al caso comentarlo. La elegí por el sonido mágico que tiene y la sensación de fragilidad que transmite. Y sabrá Dios/Buda/Satán que uno como rodentia/lagomorpha es más delicado de lo normal.
0 comentarios:
Publicar un comentario