dónde fuiste a parar
Hey, cuéntame qué pasa cuando miras hacia atrás
En las últimas semanas me he acordado bastante de esta película que me hizo alucinar hace millones de años atrás. Amaba a Alberto Fuguet, a las hormigas asesinas y por sobre todo, entendía demasiado bien a Gastón Fernández. Y como no, si en ese tiempo alcancé mi peak en cuanto a niveles de andar perdida por la vida se refiere, además de que en el fondo, sentía que a los 30 iba a terminar igual que él. ¿Por qué? Porque si ya me complicaba encontrar una carrera en la que me sintiera cómoda sin que me importara cuánto iba a ganar, cómo diablos iba a sobrevivir en el mundo laboral. ¿En qué persona iba a convertirme? ¿Sería capaz de seguir siendo idealista? ¿Sería capaz de no venderme al sistema? ¿Sería capaz de encontrar un equilibrio o iba a terminar como Gastón? La verdad es que terminé igual que él, pero como dije por ahí, en versión C3 porque no nací en cuna de oro precisamente.
Debo decir que es rara la sensación, porque por una parte me mantengo firme en mi idea de no desvalorizar mi profesión por un par de lucas, pero algo tengo que hacer para sobrevivir mientras encuentro la forma de llevar a cabo mis proyectos que jamás me harán millonaria pero que sí creo aportarán con un granito de arena al mundo. ¿Y qué podía hacer? Pues lo mismo que Gastón: colgarme el cartel de “se arrienda”. En un momento pensé que era la cuestión más terrible que podía hacer y me pedí disculpas a mí misma, porque sentía que me estaba traicionando, pero qué mierda, de alguna forma hay que sobrevivir y vivir.
Eso sí, la cara de culo al principio no me la quitaba nadie, porque para que estamos con cosas, estaba a años luz de sentir a algo parecido a la felicidad y me la pasaba pensando “Ay Dios/Buda/Satán sáquenme de aquí por la cresta, voy a ser una buena persona, lo prometo, lo juro y re juro en el nombre de Jesús, María, José y el camello, pero sáquenme de aquí”. Pero el trío maravilla pasó olímpicamente de mí, así que no me quedó otra que tomar aire y aguantar como si fuese una especie de mártir, porque lo drama queen no se me quita ni en los peores momentos.
Y a medida que pasó el tiempo, me dí cuenta de que no era tan terrible y que tampoco era la persona con más mala cuea del mundo, al contrario, era mucho más afortunada de lo que creía y que mis problemas eran un moco comparado con lo que pasaba el resto de la gente. Eso suena tan obvio y un poco estúpido, pero cuando has estado en una especie de burbuja, relacionándote siempre con personas similares a ti, uno tiende a pasar por alto algunas cosas. En la peli es lo que le pasa a Gastón cuando se encuentra con el flaco-mijito-rico-traumado que de verdad pasó por weas brígidas y sin querer le ayuda a entender que su vida no es tan mierdosa como cree, porque hay cosas peores que perder el rumbo y quedarse atrás.
Así lo entendió él y así lo entiendo yo también. A ratos me dan ganas de quejarme y patalear, pero me muerdo los labios y evoco a mi lado zen, porque sé que solo es una etapa. Una etapa más. Además, no es tan malo tampoco, porque sin que lo esperara me lograron devolver la sonrisa y el espíritu que tanta falta me hacían.
Supongo que esta no será la última vez que dé botes por la vida, porque por desgracia nací con esa capacidad de cuestionar todo, lo que mezclado con la terquedad y el idealismo, resulta en una mezcla fatal, pero al menos compruebo una vez más lo que he dicho siempre: Pasa, todo pasa.
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