Son las 4:15 de la madrugada, la casa está en completo silencio y todos duermen plácidamente. No saben la sorpresa que les espera en la mañana pero prefiero no pensar en aquello, no puedo arrepentirme a estas alturas. Ya es demasiado tarde, no pueden hacer nada por mí.
Miro a mí alrededor, todo está tan desordenando como siempre: la cama deshecha, ropa tirada en el suelo, mi escritorio revuelto. Tomo unas fotos de mi escritorio, las observo detenidamente y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Son las fotos de cuando éramos felices y nada ni nadie se interponía en nuestro camino. Como extraño esos tiempos. Me pregunto en que momento dejamos que toda esa gente envidiosa nos separara. Éramos tan felices.
Con una de las fotos en mi mano, voy al velador, lo abro y saco el cuchillo. Lo examino y comienzo el ritual sangriento que me llevará de vuelta a ti. La sangre sale a borbotones de mis muñecas, aún sostengo nuestra foto en mi mano y la coloco en mi corazón. Me empiezo a sentir débil, todo da vueltas y el dolor se hace insoportable pero no debo gritar. Si lo hago me descubrirán y podré estar contigo. Debo ser fuerte.
Finalmente, caigo al suelo y siento que la vida se me escapa, todo es confuso pero logro escuchar tu voz llamándome. Ya no siento dolor. Lo he logrado. Voy a tu encuentro y nada nos va a separar. Absolutamente nada.
Cuento escrito hace mil años y lo pongo única y exclusivamente porque no sabía que poner...'¬¬ En fin, me voy a mi hogar dulce hogar y no existo hasta el lunes. Extrañenme! ;)