De vez en cuando, mientras camina por la ciudad, ella mira el edificio al que solía ir hace un tiempo atrás y no puede evitar detenerse ante él. Cuando el mundo parecía desaparecer bajo sus pies, sólo el correr por sus interminables escaleras hasta llegar a lo más alto del lugar hacía que todo frenase de pronto. Allá arriba el tiempo no existía, por lo que el fin del mundo ahí no la alcanzaba. Era un sitio agradable, sin embargo, ella no quiere entrar. El mundo volvió a su curso normal, por lo que no tiene sentido. Además, el ángel negro ya no está allí y ya no es ángel. Después de saltar se convirtió en un mortal más y se perdió entre la gente. Desapareció. Ella extraña conversar con él, pero no quiere salir a buscarlo. Volverá, tal vez no ahora pero volverá.
Mira el edificio y comienza a recordar todo lo que la llevó hasta allí. La gente pasa a su lado sin detenerse y sin importarle la presencia de la muchacha en el lugar. Por un momento quiso entrar, se dispuso a hacerlo y cuando estuvo a punto de ingresar, las palabras de un extraño se lo impidieron. “No puedes cambiar lo que fue y se ha ido”. Ella se volteó para ver el rostro de quien le hablaba. Pudo haber huido del sitio, pero no lo hizo. Había algo en él que le generaba confianza. Tal vez eran sus gentiles ojos o la dulce sonrisa que tenía en sus labios, pero había algo en él que le generaba una extraña sensación de cercanía. La muchacha no dijo nada. Él miró el edificio y a ella y finalmente le preguntó a qué le temía. Ella le dijo que a nada, aun cuando sabía que no era cierto. Por su mirada, pudo notar que él no creyó en su respuesta. “No lo hagas. No entres. Estoy seguro que no quieres hacerlo”, comentó el noble extraño y se marchó. Ella ni siquiera alcanzó a reaccionar y cuando lo hizo, ya lo había perdido de vista. Sin embargo, le hizo caso y no entró al lugar. “Tiene razón”, murmuró la muchacha y retomó su camino...
Mira el edificio y comienza a recordar todo lo que la llevó hasta allí. La gente pasa a su lado sin detenerse y sin importarle la presencia de la muchacha en el lugar. Por un momento quiso entrar, se dispuso a hacerlo y cuando estuvo a punto de ingresar, las palabras de un extraño se lo impidieron. “No puedes cambiar lo que fue y se ha ido”. Ella se volteó para ver el rostro de quien le hablaba. Pudo haber huido del sitio, pero no lo hizo. Había algo en él que le generaba confianza. Tal vez eran sus gentiles ojos o la dulce sonrisa que tenía en sus labios, pero había algo en él que le generaba una extraña sensación de cercanía. La muchacha no dijo nada. Él miró el edificio y a ella y finalmente le preguntó a qué le temía. Ella le dijo que a nada, aun cuando sabía que no era cierto. Por su mirada, pudo notar que él no creyó en su respuesta. “No lo hagas. No entres. Estoy seguro que no quieres hacerlo”, comentó el noble extraño y se marchó. Ella ni siquiera alcanzó a reaccionar y cuando lo hizo, ya lo había perdido de vista. Sin embargo, le hizo caso y no entró al lugar. “Tiene razón”, murmuró la muchacha y retomó su camino...
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