En mi proceso de evasión de realidad, me he pasado las últimas noches leyendo poesía. Eso suena tan dije y glamoroso, pero en realidad no lo es. Solo soy yo en pijama, chascona, con el maquillaje corrido, una taza de café y el computador, porque me dio una paja enorme ir a la biblioteca a sacar los libros como la gente decente. Y ando en estas porque mientras miraba las telarañas del techo tratando de alcanzar la iluminación divina para decidir qué cresta hacer por la vida, me aburrí y quise borrarme un rato. Como no le hago a las drogas, no soy tan ebria como para alcoholizarme sola y si fumo se me baja la presión cuático (eso es de muy vieja de mierda, I know), pues no tenía muchas opciones que digamos. Y me acordé de Jorge Teillier, porque alguien andaba con un libro de él hace un par de días y quedé en que tenía que volver a leerlo, pero a lo Dory, olvidé ese compromiso a los tres segundos de haberlo adquirido en mi fuero interno.
Así que ahí empecé mi búsqueda y a leer, pero no podía hacerlo escuchando cualquier cosa, así que puse a mi adorado Greg Laswell y empecé a borrarme. Y cuando leí todo lo que pillé en internet, seguí con Vicente Huidobro que me dejó en las nubes. El siguiente nombre en la lista era casi obvio, pero tenía mis reparos porque cuando era chica su voz pajera me traumó y nunca me gustó realmente. Sin embargo, decidí darle una oportunidad a Pablo Neruda y me sorprendió la belleza de varios versos ultra conocidos que de tan manoseados e impuestos a la fuerza, pierden un poco de brillo.
Y es que dicha sea la verdad, a ninguno de los tres los he pescado demasiado en mi vida, solo lo justo y necesario. Si lo pienso detenidamente, creo que parte de ese desinterés es porque -ya sea en cursos de básica o media- no hubo ningún profesor capaz de hacer de la poesía algo interesante. Clases soporíferas y libros del Ministerio de Educación con poemas mal escogidos, una combinación no muy buena. De hecho, yo nunca quise leer nada de poesía porque me encontraba demasiado aweonada como para entenderla, que el estilo, las rimas, la técnica y toda esa mierda que a nadie le importa me confundía. Nunca nadie me dijo que solo debía leer y disfrutar del sonido de las palabras, aunque no entendiera un carajo. Eso lo supe un siglo después con Alfonsina Storni y Mario Benedetti, pero aún así siento que el sistema educacional chileno me quitó años de disfrute de poesía.
Y es que dicha sea la verdad, a ninguno de los tres los he pescado demasiado en mi vida, solo lo justo y necesario. Si lo pienso detenidamente, creo que parte de ese desinterés es porque -ya sea en cursos de básica o media- no hubo ningún profesor capaz de hacer de la poesía algo interesante. Clases soporíferas y libros del Ministerio de Educación con poemas mal escogidos, una combinación no muy buena. De hecho, yo nunca quise leer nada de poesía porque me encontraba demasiado aweonada como para entenderla, que el estilo, las rimas, la técnica y toda esa mierda que a nadie le importa me confundía. Nunca nadie me dijo que solo debía leer y disfrutar del sonido de las palabras, aunque no entendiera un carajo. Eso lo supe un siglo después con Alfonsina Storni y Mario Benedetti, pero aún así siento que el sistema educacional chileno me quitó años de disfrute de poesía.
Afortunadamente hoy en día, las cosas no son tan malas. La editorial Amanuta tiene una colección preciosa de poesía ilustrada de autores chilenos. Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral y los caballeros que nombro aquí están en esos libros. Quizás alguien puede pensar que es un despropósito que un mocoso de 8 años ande leyendo poemas de Teillier, pero no creo que sea así. Los mocosos son más inteligentes de lo que parecen, no hay que subestimarlos. Quizás no entiendan el significado de todas las palabras, pero hay algunas que tienen un sonido hermoso y eso les atrae. Y los libros tienen dibujos, yo habría sido feliz de tener uno de esos. De haber sido así, tal vez no estaría redescubriendo sus versos de manera tan tardía.
En
fin, dejaré acá un poema de cada uno... los que más me llegan en
estos momentos, que vienen y van en oleadas como dice Greg Laswell.
Juro por Dios/Buda/Satán que leyéndolos se me olvida hasta la hora
qué es y dónde estoy. Me tienen en las nubes, lo reconozco.
Veré nuevos rostros
Veré nuevos días
Seré olvidado
Tendré recuerdos
Veré salir el sol cuando sale el sol
Veré caer la lluvia cuando llueve
Me pasearé sin asunto
De un lado a otro
Aburriré a medio mundo
Contando la misma historia
Me sentaré a escribir una carta
Que no me interesa enviar
O a mirar a los niños
En los parques de juego.
Siempre llegaré al mismo puente
A mirar el mismo río
Iré a ver películas tontas
Abriré los brazos para abrazar el vacío
Tomaré vino sí me ofrecen vino
Tomaré agua si me ofrecen agua
Y me engañaré diciendo:
"Vendrán nuevos rostros
Vendrán nuevos días"
La poesía es un atentado celeste (Vicente Huidobro)
Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años
Se cansaron de esperarme y se sentaron
Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco
Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol
Cuántas cosas me he ido convirtiendo en
[otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura
Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio
Muchos somos (Pablo Neruda)
De tantos hombres que soy, que somos,
no puedo encontrar a ninguno:
se me pierden bajo la ropa,
se fueron a otra ciudad.
Cuando todo está preparado
para mostrarme inteligente
el tonto que llevo escondido
se toma la palabra en mi boca.
Otras veces me duermo en medio
de la sociedad distinguida
y cuando busco en mí al valiente,
un cobarde que no conozco
corre a tomar con mi esqueleto
mil deliciosas precauciones.
Cuando arde una casa estimada
en vez del bombero que llamo
se precipita el incendiario
y ése soy yo. No tengo arreglo.
Qué debo hacer para escogerme?
Cómo puedo rehabilitarme?
Todos los libros que leo
celebran héroes refulgentes
siempre seguros de sí mismos:
me muero de envidia por ellos,
en los filmes de vientos y balas
me quedo envidiando al jinete,
me quedo admirando al caballo.
Pero cuando pido al intrépido
me sale el viejo perezoso,
y así yo no sé quién soy,
no sé cuántos soy o seremos.
Me gustaría tocar un timbre
y sacar el mí verdadero
porque si yo me necesito
no debo desaparecerme.
Mientras escribo estoy ausente
y cuando vuelvo ya he partido:
voy a ver si a las otras gentes
les pasa lo que a mí me pasa,
si son tantos como soy yo,
si se parecen a sí mismos
y cuando lo haya averiguado
voy a aprender tan bien las cosas
que para explicar mis problemas
les hablaré de geografía.
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